Isabel MA

Ante todo, gracias por la iniciativa y por darnos un altavoz para denunciar el acoso y los abusos cotidianos. Leí “Everyday Sexism”, y reconocí en la mayoría de casos descritos, mis propias experiencias en mis 58 años de vida.
Explicaré brevemente el primer episodio al que me enfrenté del que conservo memoria.
Tengo 5, tal vez 6 años. Un compañero de trabajo de mi padre, ya cincuentón, nos visita con frecuencia los domingos a la hora del vermut. Siempre que llega, se sienta en el sofá y su afán es tenerme entre sus brazos y sus piernas abiertas. Hasta que noto que empieza a refregarme contra sus genitales. No contento con ello, toma mi mano y me obliga a manosearle el paquete. A esa edad, nadie me ha explicado qué está haciendo Manolo, pero en mi interior se que no me gusta, y lo rehuyo en las siguientes visitas, pese a la presión de mi madre: “Que no le das un besito a Manolo?” Por no parecer maleducada lo hago a desgana. Los episodios se prolongaron varios meses, hasta que papá cambió de trabajo y el abusador dejó de venir por casa.
Nunca expliqué esto a nadie. Hasta que tuve 50 años y un día se lo comenté a mi madre. Su primera reacción: se sonrió, como si no creyera lo que le estaba diciendo, como si no fuera posible. Después supongo que recapacitó y dijo no tener ni idea. Pero ahí quedó todo, en un triste comentario. Ni siquieta se enfureció. Es lo único que no puedo perdonarle.
En cuanto a los silbidos, palabras soeces, tocamientos en el bus, etc etc, todas las malas experiencias que quieras, especialmente cuando sólo tienes 7, 8 o 9 años. Te marca para siempre e incluso interfiere en tu futura vida sexual.
Hay que cambiar el sistema. Nuestras niñas no se merecen esto…