Maite

Llegué a vivir a México y empecé a compartir con personas de mi tipo: estudiadas, con experiencia, ya adultas. Establecí entonces una relación con un hombre que había pasado por relaciones, sobre todo una muy importante, que le enseñó que hay cosas que no se deben hacer como “mechoniar a su novia enfrente de las personas”. Sus relatos me parecieron que eran maneras de establecer que había recapacitado y que lejos estaba de hacer cosas por el estilo. Aunque la anécdota cabe recordar, estaba acompañada por un comentario que hizo su hermano el día del suceso: “está bien que le pegues, pero no en público”. La señal era suficiente pero como estaba entre personas estudiadas, que debaten, dije: O.K. aquí hay de que hablar. Con el paso de los días me percaté cómo su inteligencia auspiciaba su machismo. Así empezaron las conversaciones de whatsapp en la que un comentario mío de “estoy tomándome un café” terminaron con preguntas ¿Con quién chingados te estás tomando un café? o la exigencia de poder ver la foto de cada amigo o amiga que tenía. Cuando eran mujeres siempre estaban acompañadas de comentarios ” a ver si está buena” y cuando era un chico, un vistazo. Supongo que para verificar si estaba guapo. Esto me causó molestia pero todo empeoró cuando tenía planes con amigos y amigas y tenía que describir con quiénes iría, que tipo de relación tenían conmigo, dónde los había conocido. La pregunta se repetía siempre y parecía que no se acordara de que ya le había hablado de las mismas personas. Yo nunca hago estas preguntas así que noté que este tipo de control era algo que nunca había vivido. Lo que colmó mi paciencia y detuvo el encanto por este hombre, es que desaparecía cuando quería y cuando quería estar conmigo era casi un mandato que estuviese en mi casa esperándolo. No contestaba mis correos pero si dejaba de escribirle me preguntaba que por qué tan desaparecida. Llegaron entonces las llamadas a la media noche y mensajes: Te espero afuera. Voy por tí. Arréglate. ¿Con quién estás? ¿Dónde estás? Pese a no contestar, porque no es manera, pensé, en los días siguientes se daban llamadas o visitas en las que no se hacían comentarios al respecto. Incluso hubo ocasión que me sentí mal por no haber llevado el móvil y por no haber contestado. Estaba en la situación en la que yo debía pedir disculpas por no estar para él o de sentir remordimiento por haber salido. ¿Cuándo lo volvería a ver? Cuando el quisiera. Entonces ¿debía quedarme esperando su llamada? Al principio pensé que era cosa de tragos, pues las llamadas de media noche se daban cuando estaba de fiesta, pero hablando con varias mujeres me di cuenta que aquí muchos hombres quieren que las mujeres estemos disponibles cuando ellos quieren y que tienen esa manera de controlar. Al replicar el porqué me hacía esas preguntas, siempre recibí respuestas como que era solo para hacer la conversación y que si no quería contar estaba bien. Pero se que no es así. Lo más indignante de todo es que al hacer el reclamo por su control soterrado me exigió hacia el respeto y además me recomendó bañarme la cabeza con agua fría para que se me quitara el enojo acompañado de las palabras “cálmate” y “tranquila”. Todo el tiempo te dicen acá los hombres, “cálmate, cálmate” o “tranquila, tranquila” como si toda contra argumentación fuera un signo de locura, de esa locura femenina que ellos se han inventado para no escuchar lo perverso que es el sexismo. Todavía sigo atónita porque no se cómo yo, una mujer formada, todavía desconoce la filigrana con la que se teje el machismo y termina envuelta en situaciones ambivalentes frente a lo que es el respeto hacia sí misma.